El Coyote y el Pájaro Carpintero
Había una vez un Coyote que vivía con su familia junto a un
bosque. Cerca de allí había un gran árbol hueco en el que vivía un viejo Pájaro
Carpintero con su mujer y sus hijos. Un día, mientras Papá Coyote caminaba por
allí, se encontró con Papá Pájaro Carpintero.
-Hin-no-kah-kí-ma,
buenas tardes-, dijo el Coyote, -¿cómo estás, amigo Hlu-rí-deh?
-Muy bien, gracias. ¿Y tú cómo estás, amigo Tu-wháy-deh?
Se detuvieron a conversar un momento. Cuando estaban por
seguir sus caminos, el Coyote dijo:
-Amigo Pájaro Carpintero, ¿por qué no vienes a visitarnos?
Ven a mi casa a cenar esta noche y trae a tu familia.
-Gracias, amigo Coyote-, dijo el Pájaro Carpintero. -Iremos
con mucho gusto.
Y esa noche, cuando Mamá Coyote preparaba la cena, llegaron
Papá Pájaro Carpintero, Mamá Pájaro Carpintero y sus tres hijos. Y tras entrar
en la casa, los cinco Pájaros Carpintero estiraron sus alas como lo hacen después
de volar, y así mostraron sus bellos plumajes, las líneas rojas y amarillas que
los Hlu-rí-deh tienen bajo sus alas.
Mientras comían, también estiraban sus alas y mostraban sus brillantes plumas
interiores. Agradecieron la cena a la que fueron invitados. Cuando era hora de
volver a su casa, agradecieron nuevamente a los Coyotes la cena y los invitaron
a que fueran a su casa a cenar la noche siguiente. Pero una vez que se fueron,
Papá Coyote ya no se pudo contener y exclamó:
-¿Qué es lo que se creerán esos Pájaros Carpintero, siempre
mostrando su brillante plumaje? Ya le mostraré que los Coyotes no nos quedamos
atrás. Ya verán.
Al día siguiente, Papá Coyote mandó a toda la familia Coyote
a recoger leña y encendió una gran fogata frente a su casa. Cuando era hora de
partir hacia la casa de los Pájaros Carpintero, llamó a su esposa e hijos junto
al fuego y ató bajo sus brazos un palo con fuego, con la punta encendida hacia
delante.
-Ahora verán-, dijo el Coyote. -Cuando lleguemos a su casa, debéis
levantar los brazos con frecuencia para que vean que somos tan elegantes como
ellos.
Cuando llegaron a la casa de los Pájaros Carpintero, los
Coyotes levantaron los brazos continuamente, mostrándoles las brillantes brasas que traían. Pero cuando se sentaron a
comer, Hija Coyote se sacudió y dijo:
-¡Ay, papá! ¡Me estoy quemando!
-Sé paciente, hijita-, le dijo Papá Coyote, -no llores por
pequeñeces.
-¡Au!-, gritó la otra Hija Coyote. -¡Mi fuego se salió de
control!
Esto era más de lo que Papá Coyote podía tolerar, y la
reprendió severamente.
-No entiendo una cosa, amigo Coyote-, dijo el Pájaro
Carpintero amablemente, -¿cómo es que tus colores eran tan brillantes al principio
y luego se tornaron negro?
-Allí reside la belleza de nuestros colores-, dijo el
Coyote, aplacando su ira, -no siempre son iguales, como los de todo el mundo,
sino que se oscurecen.
Pero la incomodidad de los Coyotes ya se hacía intolerable,
e inventaron una excusa para irse de allí en cuanto pudieron. Cuando retornaron
a su casa, Papá Coyote reprendió a toda su familia por haberlo expuesto a la
vergüenza. Por otro lado, Papá Pájaro Carpintero reunió a sus hijos y les dijo:
-Hijos, ya visteis lo que hizo el Coyote por tratar de lucir
los colores que no tiene. Nunca tratéis de aparentar lo que no sois.
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